Canicas

Un día Dios estaba jugando canicas con sus primos. Jugaba con cayucos, balines y hasta canicas de barro. No era muy bueno en eso de las cuirias, apenas estaba aprendiendo.

Se quedó triste cuando sus primos le ganaron todas sus canicas y así ya no podía jugar. Pero se acordó de que él es Dios. Luego entonces fue a donde había un charco de agua y tomó un poco de la tierrita que estaba a un lado y la amasó con el agua para hacerse sus propias canicas. No amasó mucho aquélla mezcla, porque ya quería jugar.

Así logró formar una canica de tierra y agua. Una mezcla heterogénea bicolor. Con esa canica ganó muchas más, unas grandes y ligeras, como si fueran de humo, otras luminosas y ardientes, como de fuego y otras más bien pequeñas y un tanto frías. Pero su favorita era esa que él había creado, con la que ganó las demás.

Esa canica le gustó tanto, tanto, tanto que quiso hacerla especial. Y se acordó otra vez de que él es Dios. Entonces tomó la canica y le sopló. Fue, como hoy dicen algunos, un soplo de vida. Con su soplo, lleno de pequeñas bacterias, movió el agua de la canica y también creó nubes de vaho, movió el viento que antes estaba quieto y ahí, en el agua, se quedaron estas bacterias.

Dios puso su canica en un lugar alto de su recámara, lejos de sus primos que seguramente se las querrían quitar. Estaban todas sus canicas juntas, en un lugar un tanto amplio y oscuro de su clóset.

Entonces las bacterias que estaban en su canica especial se multiplicaron, crecieron, evolucionaron, se hicieron más complejas cada vez y después de un tiempo lograron cubrir toda la faz de la Tierra.

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