En Guerrero

Ya deja de dar vueltas. Llevas media hora así, me vas a marear. Ven, siéntate a mi lado. Ten, fuma, te va a calmar los nervios, por un rato.

Yo estaba igual que tú, con los nervios de punta. ¿Quién no lo estaría? Hace cinco años estaba tan nervioso como tú, incluso más.

Mi padre quería que yo fuera abogado, mi madre que fuera doctor, pero así no se puede, en este pinche país no se puede, con Echeverría apuntándonos con el dedo y también con las armas, con el desprecio de la sociedad entera. Ya estaba harto de tanta hipocresía, de tan mala vida.

Vine porque un amigo me invitó, él me dijo más o menos de qué se trataba estar aquí. Me habló de la lucha, del Che, de Cabañas y de Vázquez. Un tiempo estuvimos en la sierra, en Guerrero. Era la única forma de cambiar las cosas, ¿de qué otro modo lo podríamos hacer si no con las armas?

Me acuerdo bien de esa vez. Nunca lo había hecho, llevaba muy poco tiempo en la organización. Teníamos que hacerlo tal como lo habíamos planeado, no había margen de error. Era en Polanco, no me acuerdo del nombre ni del apellido del tipo. Por alguna razón se complicó todo, al pendejo del chofer se le ocurrió hacerse el héroe y... y... tuve que dispararle.

Esa imagen no se me ha borrado aun: sangre, mucha sangre corriendo, saliendo de la cabeza de ese tipo. Los gritos de su patrón exigiendo respeto y un compa dándole de cachazos en la espalda, hasta uno en la nuca, que lo desmayó.

Esa vez pedimos quince mil pesos, muy poco para lo que realmente necesitábamos, pero lo suficiente como para que nos lo dieran rápido.

No te pongas nervioso, eso fue hace cinco años, ahora ya tenemos más experiencia, ya tenemos mejor planeada la operación, todo va a salir bien.

Que qué pasó después. Bueno, pues encerramos al tipo éste en una casa al sur de la ciudad, una casa de cartón. Pero el desgraciado se la pasaba chingue y chingue, a cada rato que "quiero agua" que "tengo hambre". Eso me molestaba un chingo y por eso lo golpeaba.

Un día, un compa y yo, vimos cerca de la casa a unos pinches militares. No nos dio tiempo de prevenir a los demás. Ya estaban adentro de la casa cuando queríamos avisar al resto. Nos escondimos. Oímos, desde lo lejos, un silencio prolongado, luego una serie de disparos, silencio otra vez. Temíamos los peor, pero no podíamos salir del escondite, nos matarían también. Así que esperamos.

Al volver, encontramos el lugar destrozado, pero no encontramos cuerpos, ni vivos, ni muertos. Después volvimos a Guerrero, solos.

No temas, llevamos cuatro años haciéndolo bien. Te aseguro que mañana a estas horas ya estaremos desayunando tranquilos.

Ven, vamos. Ya es la hora.

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