La muerte del Tacho

Antes de que se muriera podíamos ir corriendo juntos por la calle. De hecho lo hacíamos muy seguido, no diario, pero casi. Era muy divertido. Íbamos al parque, a correr, a hacer ejercicio. Porque el ejercicio es muy bueno, nos mantiene sanos, en buenas condiciones. Luego, después de darle una cuantas vueltas al parque nos deteníamos a comernos un helado. A veces él no quería helado y entonces yo le compraba unos chicharrones o alguna otra cosa.

Antes de que se muriera jugábamos con la pelota. Jugábamos bastante, hasta que él o yo termináramos demasiado cansados como para seguir con el juego. Hasta casi caer desmayados. No importaba eso, lo importante era jugar juntos. O simplemente corríamos de un lado a otro del jardín.

Ya no hacemos nada de eso. Ya no vamos al parque ni jugamos con la pelota. Tacho ya no puede jugar conmigo porque está muerto. Porque al Tacho lo mataron. Y lo mataron por malos, porque no podían soportar ver la felicidad en su rostro. Porque son unos envidiosos, por eso lo mataron. Porque viven en plena amargura y porque por sus venas no corre sangre sino cianuro. Por eso mataron al Tacho

Yo no se los voy a perdonar. Desde que mataron al Tacho estoy siempre triste. Yo ya tengo un plan. La muerte del Tacho no se va a quedar así. No tiene por qué quedar así, en el olvido. Como si fuera sólo un número más para una gran estadística.

Yo sé lo que les molestaba del Tacho, aparte de su felicidad. Les molestaba que, por más insultos que le gritaran, por más agua fría que le aventaran, por más que lo odiaran él siempre volvía y volvía con una sonrisa de oreja a oreja. Y eso es demasiado molesto para los amargados, para los sin corazón. Por eso lo mataron.

Por eso le pusieron veneno en su comida. Por eso lo engañaron poniéndole un enorme trozo de carne. Por eso, por ojetes y desalmados. Pobrecito del Tacho. Yo no lo vi morir. No estaba cerca de la casa. Me lo contaron, me dijeron cómo fue. Que lo vieron gemir, repegarse a las paredes como para quitarse el dolor que le comía el estómago, chillar. Que lo vieron caer, con una tristeza inmensa en los ojos, claro, no quería morir. Que hasta lo vieron lagrimear. Y que después de un grito… y que después de un grito, murió.

Pero yo voy a desquitarme de los asesinos. De los que le dieron veneno. Yo voy a hacer que sufran más que el pobrecito del Tacho. ¿Cómo? Sencillo. Voy a hacer que el Tacho, como siempre, regrese con una sonrisa. De hecho ya tengo construido un títere igualito al Tacho. Me tardé mucho en hacerlo, pero ha valido la pena, es idéntico. Lo voy a poner enfrente de la casa de esos tipos, sentadito, viendo hacia la puerta, con la misma sonrisa de siempre. Estoy seguro de que al verlo, se volverán locos. Y entonces van a sufrir más que el Tacho.

Ya llevo tres semanas poniendo al Tacho sentadito y sonriendo frente a la casa de los asesinos. Anteayer escuché cómo uno de ellos gritaba "maldito perro hijo del demonio, ya no te quiero ver más". Hoy lo vi con una venda en los ojos, bajo unos enormes lentes oscuros y con un bastón en la mono derecha. Susurraba "maldito perro hijo del demonio, maldito perro hijo del demonio".

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