Acto Final

Yo estaba en primera fila, al centro. Me gusta ese lugar porque me siento dentro de la historia y no como cualquier espectador más. Su actuación fue estupenda, de lo mejor. Y el público se lo agradeció con una lluvia de aplausos al finalizar la función. Yo no fui la excepción, simplemente me fascinó.

Esperé a que la mayoría de la gente se fuera, no me gusta salir entre la multitud, me estresa. Siempre se me ha hecho muy enredoso caminar por los pasillos de ese teatro. En fin, llegué con gran serenidad a la puerta de su camerino. Tomé aire. Apenas toqué la puerta, sabiendo que no me negaría el acceso. Entré.

Aún con la cara maquillada, en ropa interior, entre ganchos, pelucas, ropa en el suelo y sin mirar hacia donde estaba yo, me preguntó, al tiempo que me acomodaba en ese sofá blanco. ¿Qué tal la función? Muy buena, le dije con una voz llana. ¿Y qué tal yo? Genial, no esperaba menos de ti. Se perdió atrás de un biombo.

Saqué de mi bolsillo una caja de cigarros cubanos, me gustan los cigarros cubanos. Tomé uno y lo apresé entre mis labios mientras buscaba la caja de cerillos con ambas manos. Otra vez, sin mirarme, me replicó. Sabes que aquí adentro no se puede fumar. Sí, lo sé. Sólo quería tenerlo entre mis dedos. Miré el cigarro y, con resignación, lo devolví a la caja.

Se acercó a mí, suave, sigilosamente. Con su mano tomó la mía, la que buscaba el tabaco, y la puso en su espalda. Se sentó frente a mí, sobre mí. Me besó. Me besó mucho. Por mucho tiempo me besó. Yo, yo sólo me dejé llevar a donde quisiera llevarme. Ese sofá blanco conoce muchas intimidades.

Pasaron unas dos horas más o menos para que mi ropa volviera a estar donde antes estaba. Volví a sacar un cigarro y esta vez lo encendí. Ella seguía desmaquillándose frente al lavabo. Saqué una bocanada de aire denso al tiempo que me preguntaba. ¿Por qué las despedidas tienen que ser tan difíciles?

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