Los monstruos de mi ciudad

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Lectura en voz alta de Anfiteatro:


¡Pasen señoras y señores!

¡Pasen y vean!

¡Admírense con la fealdad de la vida misma!

¡Sorpréndanse con los monstruos de mi ciudad!

Hay para todos los gustos, de todos los tamaños, colores, ¿sabores?

Monstruos azules, con apariencia humana, que hasta caminan en sus dos patas traseras, pero con una sed insaciable de morder a los que sí lo son.

Los hay grandes y veloces, fríos, con pies redondos y negros, ciegos por naturaleza, incapaces de ver más allá del suelo negro que los lleva a ningún lugar. Faltos de raciocinio, gustan destruirse unos con otros.

Hay otros de color gris. Nunca salen solos. Sus rostros son el mismo rostro, siempre la misma expresión artificial de fiereza. ¿Pensar? No pueden, pues ellos obedecen. Atacan a estudiantes, a campesinos, a profesores, a todo el que se les ponga enfrente, a todo el que no obedezca a sus amos.

Hay monstruos largos, largos como la inmensidad misma, tan horrendos y espeluznantes que son capaces de devorar a cientos y cientos de personas a través de sus decenas de bocas en menos de quince segundos. Pero no se preocupe, 2 o 5 minutos después los escupe para tragar a otros nuevos incautos.

Hay otros que se disfrazan de gente decente, que se ponen corbatas y trajes sastre, pero ojo, que esos son los más peligrosos. Atacan vorazmente levantando dedos y firmando actas, matando de un solo movimiento y de tajo a cientos de inocentes y condenando a miles a la muerte lenta, agónica, desesperanzada.

Pequeños monstruitos que habitan en el agua impura y nada cristalina, que se meten en nuestros cuerpos y desde adentro nos atacan sin piedad alguna.

Monstruos planos y rectangulares. Brillos, luminosos. Atacan directamente a los ojos del ciudadano común. Mienten, ofrecen la felicidad, hipnotizan, conducen a la perdición.

Otros gigantescos, altos, altísimos. Con piel de vidrio y esqueleto de metal. Inertes, inmóviles, pero que día con día devoran personas, devoran luz, devoran agua, devoran tierra, devoran todo.

Algunos son inmóviles, pero enormes, y desde su lugar escupen aires negros a través de sus narices alargadas y huecas, aires capaces de matar todo lo que se ponga en su camino.

Pero sin duda alguna, el monstruo más espeluznantes de todos, es ese que nos envuelve, ese que flota sobre toda mi ciudad, que la cubre con su cuerpo grisrojizo y que se mete en los pulmones de todos y cada uno de los habitantes de la, no sin razón, llamada Ciudad Monstruo, que nos come por dentro y por fuera, que se alimenta del tributo que le rinden sus fieles. Que nos mata poco a poco. Que nos mata.

Comentarios

  1. Isabel XXX27 julio, 2009

    ¿qué onditas?

    Esto de los monstruos me sonó como a una película futurista, ¡ja! me gustó, es una manera rara, fría, cruel... pero finalmente real de ver el mundo.

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  2. Ke pex?
    Gracias por el comentario y qué bueno que te gustó.
    Saludos y ya sabes, cuídate en el Ciudad.

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