Un Cake

No pensé que esos tacos de guisado del metro Tacubaya ni las gorditas grasientas del metro Universidad fueran a ser una combinación tan letal. Y es que, una hora de viaje le abre el apetito a cualquiera y luego otra hora más, pues como que con más razón.

No me acuerdo por qué o a qué, pero ese día me dirigía a Villa Coapa. Así que, luego de esas gorditas de chicharrón con su salsa roja me dispuse a abordar el transporte que me llevaría hacia mi destino final. Ah, claro, no sin antes pasar a comprar un litro de esa sabrosura que es el agua de limón con chía.

Una vez sentado en el microbús, en un asiento del lado de la ventanilla derecha, para poder ir viendo las calles y no aburrirme, comencé a degustar esa delicia de limón. ¡Grrrr! Antes de llegar a la avenida del Imán sonó estruendosamente mi panza. Lo único que pude pensar fue "chin, pinches tacos". Tomé mi agüita con la esperanza de aliviar el incipiente malestar estomacal.

Ahí en la esquina del Oxxo otra vez me atacó el estruendo estomacal. ¡Grrr grrrr grrrr! Vaya, no debí comerme esa última gordita. Apresuré un sorbo más a mi bebida refrescante, a la que le atribuí propiedades medicinales. Sí a huevo, la chía cura los malestares del estómago, pensé. Pero no, en ningún momento sentí mejorías. Estuve tentado a bajarme en Insurgentes para caminar hacia Perisur y hacer uso de sus baños, pero el sólo pensar que había que andar un tramo bastante largo me hizo desistir. En Plaza Cuicuilco me bajo.

Entonces, ya con mi firme decisión de bajarme en la siguiente plaza comercial para poder cagar a gusto, dibujé una sonrisa en mi rostro y volví a beber limón y chía. Apenas entrando a Insurgentes se subió un conocido. No es mi amigo, sólo es un conocido. Me hice el desentendido para que no se sentara en el asiento vacío a mi lado, pero me he dado cuenta que cuando más invisible trato de ser es cuando más me ven. Maldito, no lo dudó un instante. Fue hasta donde yo estaba y me saludo con una sonrisota más falsa que los senos de Pamela Anderson. Hola, secamente le contesté.

¿Les ha pasado? ¿Que no tienen ganas de hablar o de ponerle atención a la plática de alguien? Pues yo estaba en esa situación y el sujeto en cuestión se puso a hablar de refacciones, de cables, de tornillos, de tuercas y de pinzas. No es que esos sean temas desagradables, sino que a mí no me atraen y punto. Que qué estudias, me preguntó. Ah… estoy en la Facultad de Filosofía y Letras, le dije para no complicarme en explicar las características de la Licenciatura en Estudios Latinoamericanos. Órales, filósofo ¿no?, debes de leer un buen, ¿no? Ah… sí, algo. ¡Huao! Yo ya me propuse leer un libro en este año. Pobre individuo. Pobre sociedad. ¡Grrr! ¡Grrrrr! Volvió a sonar mi estómago. Voltee a mi izquierda y, ¡mierda!, las únicas dos oportunidades de bajarme en Cuicuilco se me fueron y todo por estar oyendo a este pedazo de trozo de imbécil. Y lo peor es que el ojete se bajó en la siguiente esquina. ¡Qué descaro! ¡Grrr Grrrrr GRRRRR! Cada vez era más fuerte el retortijón.

Y el micro seguía avanzando. Y yo no sabía donde bajarme para poder defecar. Y mi agüita de limón con chía ya se me había terminado. Y ya sólo podía pensar en mi dolor de panza.

Ya sé, me bajo en las oficinas del ISSSTE. Mmm… no, ya no dejan entrar así de fácil. ¿Y si me bajo en el centro de Tlalpan? Menos, es caminar de subida un buen tramo y, con estos dolores, se me va a salir el relleno cremosito. ¡En la gasolinería! Tampoco, están en huelga. ¡En el Gea González! ¿Se podrá ahí? ¿Y si no se puede? No, mejor no. Mejor me aguanto hasta… ¿hasta Villa Coapa? No, no, no. Y entonces se me ilumina el rostro y parece como si un foco de 100 watts se hubiera encendido sobre mi cabeza. El Sanborn's de Hospitales. A huevo, ahí me meto a cagar. Es perfecto. ¡GRRRR! ¡GRRRR! Me recordó nuevamente mi estómago. Iba pensando eso cuando tuve que salir disparado del asiento porque estaba a punto de pasarse de largo el conductor dejándome más lejos del mentado establecimiento.

Bajé casi sin mover los pies, sigilosamente. Caminé del mismo modo, temiendo que en un movimiento de caminata brusca fuera expulsada toda esa materia café (o del color que fuera a salir). ¡GRRRRRR! ¡GRRRRRRRRRRRRR! Volvía a sonar la panza. Me di cuenta que estaba empapado en sudor, un sudor frío. Y así, despacito, llegué hasta la puerta del Sanborn's. Entré y me dirigí inmediatamente a los sanitarios, así sin disimular nada. Mi vista se nublaba y las piernas dudaban al dar los pasos. Ya estando en los baños noté que todos estaban ocupados. ¡Qué mierda! Justo cuando comenzaba a maldecir salió un individuo con una bata verde y un mechudo del último baño. Bien. Sonreí. Nunca me había causado tanta felicidad ver al personal de limpieza.

Sin pensarlo ingresé al cubículo que resguarda al inodoro y apenas bajé mis ropas y rocé el asiento, el trono, se escuchó un estruendoso ¡BRRRRRUUUUUUUMMMM!, seguido de un par de tímidos ¡Prum-prum! Sentí que el alma (es sólo una expresión, no creo que exista el alma) me volvía al cuerpo, el sudor frío comenzó a desaparecer, la vista nublada se esclarecía. Y el retrete comenzaba a amenazar con desbordarse.

No voy a mentir, fue como una sensación de éxtasis, de placer, de gozo, de felicidad. En verdad estaba feliz. Mi tripita y yo estábamos felices. Aunque, creo que el usuario contiguo no lo estaba tanto: "¡No mames! ¿Quién se está pudriendo?". Sólo sonreí, jalé la palanca, limpié mi culo, acomodé las ropas en su lugar y, después de lavarme concienzudamente las manos, salí de ahí pensando, con cierta satisfacción, en que "me cago en el capital de Carlos Slim".

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