Pequeño esbozo sobre la equidad de género y el lenguaje

El medio, la realidad en la que vivimos, como yo entiendo, es una construcción del lenguaje. Es decir que no siempre percibimos las cosas, sino que también las construimos. Porque de nada nos serviría ver una gacela conduciendo un auto en pleno Insurgentes si no tuviéramos las palabras para nombrarla y después comunicar tal hecho. Por ejemplo, si yo veo una cosa con 8 patas y pegada a mi pared, inmediatamente pienso "araña", pero jamás cruza por mi mente el nombre específico de la especie (o del individuo, nadie sabe). Esto refleja que en mi realidad todas las arañas son lo mismo (aunque para algunos grupos de humanos no sea así). Y así, gracias a los prejuicios hacia estas creaturas, generalizo que todas las arañas son peligrosas, aunque no sea cierto y aunque incluso algunas sean benéficas y hasta comestibles. Nuestro idioma (y más particularmente nuestro vocabulario) define nuestro entorno, nuestra "realidad".

Hace algún tiempo participé de un proyecto harto ambicioso. Se trataba de representar una obra de teatro guiñol con temática de equidad de género a un público infantil. Recuerdo la primera vez que leí el guión escrito por Fabián González Hernández. Específicamente recuerdo el prólogo a la obra, un soliloquio del autor de la misma en el que refleja las grandes complicaciones que se presentan al querer tratar un tema como ese usando un idioma que siempre ha sido masculinizante.

Y es que las relaciones sociales se crean en gran medida a partir de las palabras. De niños jugamos a las carreritas y uno grita "vieja el último" a pesar de que en el juego también participan las primas, amigas de la cuadra etcétera. Nuestro padre (a los varones) nos prohíbe llorar, porque los hombres no lloran, y si lloran son "maricones" o "niñitas". A las niñas se les enseña a jugar con juegos de té, y a los niños con autos, con pistolas y figuras de acción. (Y aquí viene otra cosa tan o más perversa que la inequidad de género, la violencia como sistema de entretenimiento.)

En la familia, nunca se mencionan palabras como "homosexualidad", la cual por lo regular es sustituida por "marica" o "puto".

Así pues, buscar una equidad de género sin preocuparnos por el idioma mismo puede llegar a ser una misión no sólo titánica, sino realmente imposible. Porque, con este idioma cargado de machismo desde que se llamaba latín, ¿cómo nombrar, cómo hablar con equidad de género? Ejemplos hay de sobra: zorro: astuto; zorra: puta. Nuestro idioma define nuestra realidad dominada por el falo. Por eso es tan común hablar de la humanidad usando la frase "el hombre", sin tomar en cuenta que el hombre (varón, aclaro) no es nada sin la mujer (y ésta no es nada sin el hombre). Entonces, reducir la humanidad a una porción que viene siendo menos de la mitad de la población es una estupidez machista.

Construir una equidad de género que sea efectiva es una tarea que debe comenzar desde el idioma. Y desde edades tempranas. Educar a nuestras hijas y nuestros hijos con palabras incluyentes, respetuosas de ambos géneros. Sin excluir la diversidad sexual, claro. Es dejar de prohibirles a los niños que expresen sus sentimientos, no reprimir a las niñas si prefieren el futbol a los peluches. Es también eliminar esas preconcepciones culturales que dicen que las niñas crecerán y se encargarán del hogar, de la cocina y los hijos, y los niños al crecer se harán cargo de salir a trabajar. Ambos podemos hacer (y decir) las mismas cosas.

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