El camino se bifurca: a la
derecha se llega a Lacanjá, a la izquierda está la zona arqueológica de
Bonampak, nuestro destino. Apenas llegando a la dicha bifurcación se acerca un
hombre a nuestro autobús y nos dice más o menos esto:
"Señores, bienvenidos a Bonampak.
Les recordamos que los autos particulares no pueden pasar de este punto, porque
esta es una reserva ecológica y los camiones pueden atorarse en las ramas de
los árboles o romperlas. Nosotros somos lacandones, tenemos una cooperativa que
lleva 10 años trabajando acá. Los llevamos al sitio y les cobramos $70.00, a
ustedes, como vienen en grupo, les haríamos un descuento y les cobraríamos
$50.00 por persona".
Alguien del autobús dice algo así
como "mejor nos vamos caminando".
El lacandón responde: "pues son
10 km, ustedes verán".
Todavía trata de consolarnos el
señor lacandón diciéndonos que en el sitio no nos cobran si somos estudiantes. Ya
lo sé, cualquier sitio con el logo del INAH es gratis para los alumnos de sus
escuelas.
El caso es que pagamos. Todo su
discurso ecológico y de protección se fue al suelo cuando nos subimos en una
van de por lo mucho los ’90s, combustión interna, nada ecológica. Mi encabronamiento
ya es demasiado. Es que no mames, ¿50 pesos por 10 km? En DF esa distancia
cuesta 5 pesos en promedio, en el estado de México no pasa de 19 pesos y en el
mismo estado de Chiapas, de San Cristóbal de las Casas a San Juan Chamula, unos
8 km, nos cobraron 10 pesos por persona. (Luego les contaré sobre el breve
viaje a Chamula).
Total, llegamos a la entrada al
sitio y comenzamos a recorrerlo, no sin antes haber charoleado (es decir, haber
mostrado nuestra credencial de la ENAH para poder pasar sin pagar). En la zona
arqueológica también hay lacandones. Son los guías de turistas avalados por el
INAH, usan un disfraz (y digo disfraz porque parece que la idea es que se vean
folklóricos) de lacandón con el logo del INAH bordado. También son los
vigilantes del sitio. Usan una gorrita y un silbato para detentar su autoridad.
Seré sincero esperando que no me
linchen los indigenistas paternalistas que siguen mirando a los indígenas como
si fueran niños y necesitaran la protección del adulto occidental (visión que,
dicho sea de paso, detesto a más no poder): terminé odiando a esos lacandones
(por lo menos a los que vi en Bonampak).
Para empezar, mi mayor interés
era poder ver las pinturas murales tan bellas de ese sitio, el vigilante no me
permitió permanecer más de 3 minutos observando las dichas pinturas. Había un
letrero que decía que no tomara fotos con flash y que no entrara con maletas,
de acuerdo, acaté las indicaciones. Al vigilante se le ocurrió agregar otras
dos, no usar gorras ni lentes oscuros (no entiendo en qué hace daño a los
murales el uso de gorras o lentes). Por si eso fuera poco, uno no podía salirse
un centímetro del ‘camino’ porque el vigilante sonaba su silbato y reprendía al
visitante. Por alguna extraña razón comenzó a bajar del edificio principal, a
gritos, a los visitantes. Yo apenas estaba viendo las diferentes piedras de
sacrificio y ya ni fotos les pude tomar.
Salimos del sitio y nos dirigimos
al lugar donde nos esperaba el chofer que nos había llevado. Por cierto, olvidé
mencionar que el líder de estos choferes traía una impresionante cadena de oro
con una cruz del mismo metal colgando de su cuello.
Conozco unos indigenistas que fuman la pipa de la paz bastante seguido.
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