Bloody Mary

Desperté tarde, o tal vez temprano, todo depende de la hora de referencia. El caso es que desperté en un sillón y temblando por el frío de la madrugada. A mi alrededor todo mundo estaba durmiendo y Erasmo sacaba las cobijas para la banda. Me ofreció una a mí, pero siendo que acababa de despertar no me pareció útil en ese momento.

Me dolía la cabeza y en mi boca había un extraño sabor, mezcla de vodka, whisky, cannabis, tabaco y el aliento de una mujer fatal. Mi estómago me reclamaba por no haberlo alimentado y haberle metido tanta pinche porquería alcohólica.

La sala, esa sala donde la banda había estado bailando salsas y cumbias mientras yo dormía por el efecto apaciguador de la maría, ahora parecía un albergue en tiempos de desastre natural. ¿Habría sido necesario llamar al ejército para que aplicara el plan DN-III?

Decidí beber algo para tranquilizar la naciente cruda. Por fortuna encontré aún suficiente destilado ruso como para prepararme una María sangrienta. Antes de beber, como es mi costumbre, olfatee el contenido del vaso y luego, sin pensarlo dos veces, tragué el brebaje de una sola vez.

Apenas había soltado el vaso cuando oí una voz adormilada decirme algo como "¿y a mí no me preparaste uno?, qué mala onda eres, eh". Sí, era ella, la misma mujer que la noche anterior había condimentado el alcohol, el tabaco y el cannabis ingeridos. Para ser sincero, no tenía la más mínima intención de portarme buena onda con nadie, ni tantito. Pero esos ojos semi rasgados y el suave movimiento de sus labios al hablar me convencieron.

―Pues ya no hay vodka. Si quieres, con este tequila te preparo un toro bravo, ¿cómo ves?― le dije mientras destapaba la mentada botella de la mentada bebida de agave.
―¿Tequila?, bueno, pero que quede bien chido.
―Ya estás.

Preparé su bebida mientras ella traía de la cocina un trozo de pastel de chocolate. Bebió. Comí. Comió. Comimos del mismo plato, comimos de la misma cuchara. No sé en qué momento ni cómo, pero dejé de comer de la cuchara para hacerlo directamente de sus labios. El sabor del chocolate se mezcló con el gloss de frambuesa que tanto me gusta, después con unos ligeros toques de sangre. ¿Mía? ¿Suya? ¿De los dos? Qué importa, era la mezcla perfecta.

Habría podido estar así por horas, pero separó sus labios de los míos y me miró con ojos entrecerrados, al tiempo que limpiaba una gota de sangre en su labio inferior con un ligero movimiento de su lengua, como queriendo decirme algo. Tomó mi mano y... y me llevó a la cocina. Cerró la puerta y apagó la luz.

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