Con su veladora

Esto pasó hace ya varios años, tantos que no me acuerdo cuántos. Al principio nadie lo creyó posible, pero así es la vida: finita, cruel a veces.

El cantinero ya le había dicho en varias ocasiones que ya estaba ebrio, que ya se fuera a su casa, que su familia lo esperaba. Le dijo eso y más, incluso le recordó en varias ocasiones a su progenitora, pero él no le hizo caso alguno y se aferró a seguir bebiendo. Como llegó a la conclusión de que en ese lugar ya nadie le serviría un trago más, tuvo que salir a buscar otro lugar parecido.

Mi familia ya estaba preparando la cena. Desde temprano nos encargamos de conseguir lo necesario: pollo, chiles, pasta, jitomate, etc. Yo era muy chico y me la pasé, como casi siempre, todo el día jugando con mis primos. "A ver si nos vienen a ayudar, chamacos güebones, no hacen nada".

La cabeza le daba vueltas y sus pies no lo sostenían con firmeza. "Chingue a su madre pinche cantinero", gritaba mientras con su mano derecha hacía un ademán adecuado a sus palabras. "Malaya sea. Puro culo. Si nunca me corre, si hasta somos amigos." La gente en la calle se alejaba, lo dejaba solo, decía que estaba loco. Un policía lo ignoró.

De alguna manera, no recuerdo qué mentiras dijimos, conseguimos que nuestros padres nos dieran dinero, mismo que destinamos a la inversión en los tradicionales fuegos artificiales. No podíamos aguantar a que oscureciera. Ya queríamos echar cuetes.

―Ya hay que echarlos.
―No, espérate a que se haga de noche.
―No, ya de una vez.
―Que no y no estés chingando.

"Chingue a su madre, con razón, si hoy es veinticuatro. Pinche cantinero me hubiera dicho en lugar de nomás correrme. Y ya hasta me quedé sin lana. ¿Y 'ora? ¿Qué le voy a comprar a m'ijo?" Desesperado buscó en los pantalones, en la chamarra, en la camisa, en los calcetines, en los calzones… Con bastantes trabajos consiguió juntar unos pocos pesos. "Híjole, con esto no me alcanza pa' nada bonito. ¿Qué voy hacer?" Pasó por un tianguis improvisado para las fiestas decembrinas, pero no encontró nada barato. Buscó en todos y cada uno de los puestos. Preguntó por varios juguetes. Se rascó varias veces la cabeza como si con eso lograra ampliar su reducido presupuesto. En el último puesto, entre cosas chiquitas, usadas, de esas que casi nadie ve, ahí, en el montón, encontró un patito de hule. "¿Cuánto? Me lo llevo".

Primero echamos unos blancos, luego seguimos con los buscapiés, las palomas, los tanques, los ratoncitos, etc. La noche ya nos había cubierto. La Luna nos vigilaba. Nuestros papás estaban adentro diciendo salud y riendo copiosamente.

Todavía no se le bajaba lo ebrio. Andaba de lado a lado. Se fue caminando a su casa porque ya no tenía para el pesero. Iba por el Periférico, en un puente. Estaba contento pues le consiguió un regalo a su hijo. Estaba contento pues era veinticuatro. De tan contento que estaba se subió al barandal de concreto del puente. Caminaba con los brazos abiertos como si volara. De tan contento que estaba.

Se nos acabaron los cuetes y estábamos haciendo la vaca para comprar más.

―No manches, si trais más, no seas codo.
―¿Cuál?, si es todo.
―Ya déjalo, si no quiere dar más no lo vas a obligar.
―¿Quieres ver que...

Un sonido seco, como costalazo, nos dejó en silencio.

―Fue de allá.
―Vamos a ver.
―Vamos.
―Ah, no manches.
―¿Qué?
―Es un señor.
―Se calló del Peri.
―¿Está muerto?
―Sí menso, ¿que no oíste el madrazo?
―¡¿Qué hacen ahí chamacos?!
―Se cayó un señor.
―¿Qué dices mocoso?
―Sí, vengan a verlo.

Lo vieron y así creyeron. Luego vino la ambulancia y la patrulla. Se lo llevaron. Todos nos sentimos tristes. En su mano derecha tenía un patito de hule que nunca soltó.

Al fondo de la calle, donde cayó, se le puso una cruz con su veladora.

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