La siesta camionera

De esto hace ya bastantes años (8 o 10 tal vez), cuando aún no existía COPESA y operaban los microbuses en la ruta Canal de Chalco-Tacubaya-Cuatro Caminos.

Era temprano, más o menos las ocho de la mañana. Estaba en Tacubaya en la fila para abordar el microbús de la mencionada ruta. Como iba algo desvelado me propuse dormir en el camino, total, yo bajaría hasta la Zona de Hospitales, a unos 22 kilómetros más o menos.

Subí al microbús y pagué mi pasaje al conductor. Me procuré un asiento junto a la ventana que no sería atacada por los rayos solares y me acurruqué en el vidrio. Pronto me entregué a los brazos de Morfeo, incluso antes de que la unidad ingresara al Periférico. Y así recorrí el trayecto, felizmente dormido.

He de confesar que en esos tiempos no era común que recorriera el tramo de la ruta que va de Hospitales al Canal de Chalco, así que esa zona era desconocida para mí.

No desperté de mi siesta camionera, fui despertado por el chofer:
–Ey, chavo, ya llegamos.
–¿Ya llegamos?– aun soñoliento –¿a dónde llegamos?
–Pues a la base, Canal de Chalco. ¿A dónde ibas?
–Ah no mames– visiblemente asustado –me tenía que bajar en Tlalpan.
–No chavo, sí te queda re lejos eh.
–Chale y ya no traigo varo.
Y sí, en efecto ya no traía varo. En ese momento pasaron por mi mente varios recuerdos: la pizza de la noche anterior, también el tequila y su respectiva Fresca, el taxi que usamos para llegar al lugar donde pernoctaríamos, el desayuno de la mañana siguiente (esa misma mañana) consistente en una guajolota verde y un atole de fresa. Por más que buscaba entre mis bolsas no aparecía ninguna moneda.
–¿En serio no traes varo chavo?– me dijo el chofer del micro, tal vez me vio demasiado preocupado.
–Neta, en serio no traigo nada.
–A ver, ven, vamos a ver si te hacen el paro.
Caminamos al lugar de donde partiría el siguiente microbús de vuelta a Tacubaya y este chofer se acercó a hablar con el otro chofer.
–Llévate a este chavo de regreso, iba a Tlalpan y se quedó dormido.
–¿Así nomás?
–Sí wey, haz paro, ya no trae lana el wey.
–Órale, va. Que no se hable mal de la banda.
Agradecí al primer chofer y me subí al microbús que partiría. Apenas puse un pie en el primer escalón, escuché la voz de este otro chofer de este otro microbús.
–Ey, chavo, siéntate acá en este asiento– señalaba el que estaba justo atrás del conductor –acá yo me encargo de ver que no te quedes jetón otra vez.
Moraleja: No se queden dormidos en el transporte público porque se les pasa su bajada... (Chale, ¿qué pedo con mi moraleja?)

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