Asistiendo en la clase de danzón

Hace unos cuantos ayeres que empecé a incursionar en el ambiente danzonero, como ya les había contado. La música del danzón siempre me ha gustado, así que aprender a bailar fue algo bastante agradable.

Ahora bien, ya hace un par de años de que comencé a tomar lecciones para saberlo bailar, y ahora resulta que soy el asistente de la maestra en las clases de danzón. Así es, I, mi pareja, se encarga de dar las clases y yo la asisto. Y es divertidísimo.

Verán, conseguimos que nos dieran oportunidad de impartir las clases en dos diferentes espacios. Uno es un centro social en la colonia donde vivo. A esa clase asisten básicamente mujeres de más de 30 años. El otro es un club rotario en la delegación Xochimilco. Ahí van niñas y niños de menos de 12 años y también sus mamás.

Y ya nomás déjenme decirles que lo he pasado muy bien asistiendo en las clases. Compartir un poco de lo que he aprendido es gratificante. No hay clase en la que no me divierta o en la que no aprenda algo nuevo, tanto de mi maestra como de las y los alumnos.

Ah, por cierto. Es bueno saber que poco a poco a la gente se le está quitando la idea de que el danzón es para padrotes, ficheras, borrachos y prostitutas. Es decir, no le estoy negando el derecho y placer de bailarlo a los antes mencionados, ni mucho menos. El asunto es que esta imagen tenía cierta carga negativa sobre el danzón, misma que se está eliminando del imaginario popular. Y eso está chido.

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