Tú siempre tan tú

Dicen que la gente no cambia de la noche a la mañana, lo mismo debe aplicar para los pueblos, o las ciudades. I y yo salimos unos días de la Ciudad de México a pasear por el Bajío. Para conocer un poco más de las tierras que en tiempos pasados fueran otomíes. Para degustar otros aires y respirar otras comidas. Y, ¿por qué no?, para besuquearnos descaradamente en las explanadas de las iglesias de los estados más mochos del país.

Varias sorpresas nos llevamos. Aunque la más impactante fue ver el triste estado en que se encuentra la casa del Cervantino (t.c.c. Guanajuato). Su centro es bonito, pero plagado de guías de turistas que impiden el disfrute despreocupado de los paseantes. La periferia está descuidada, con calles intransitables y zonas a las que el esplendor del centro no tocó ni de casualidad. Según sé, las ciudades patrimonio reciben dinero del Fondo del Patrimonio Mundial, gestionado por la UNESCO. Pues, neta, sin ser malvibroso, no se ve en qué se invierte ese dinero.

Estuvimos también en El Cerrito, una zona arqueológica ubicada en la zona urbana de Querétaro. Vayan, está bellísima. Aunque, sí, está descuidada por el INAH; pero el personal que ahí labora es de lo más entregado a su trabajo y a la difusión de las investigaciones en el sitio.

El Bajío está chido, en serio. Pero había que volver a casa. Y, en esta ocasión, me tocó volver solito. Llegué en la madrugada del domingo a la Terminal Central de Autobuses del Norte, como a eso de la una de la mañana. Han de saber que mi casa está en el sur, así que decidí llamar un Uber, porque las tarifas de los taxis de la terminal son altísimas y, además, le tiene miedo a mi colonia. Dicen que es zona de riesgo.

Estaba dando los últimos datos a la aplicación mientras caminaba hacia la banqueta del Eje Central cuando me percaté de una pequeña riña en la vía. Y cuando digo "pequeña" estoy siendo sarcástico. La verdad es que se trataba de cuatro sujetos, dos contra dos. Armados con palos, cuchillo o navaja y una pistola, o al menos eso parecía. Se estaban lanzando golpes con los palos y con el cuchillo al tiempo que se lanzaban las más bellas flores del lenguaje urbano mexicano. Todo un chou. Me alejé un poco, no fuera siendo que por andar de chismoso saliera embarrado. La pistola solo se usó como amenaza. El pleito se acabó cuando una patrulla se detuvo al lado de los involucrados. Ni pedo. Se nos arruinó el chou.

Qué bonito recibimiento. Ciudad de México, tú no cambias.

Ah, mi Uber llegó un par de minutos después. El camino a casa fue relajado y tranquilo.

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