El concierto matutino de Ensamble Ruido de Barro

Es de esos días en que no quisiera salir de la cama, afuera hace frío y las sábanas hacen que permanecer reposando sea la mejor opción. Eso estoy pensando cuando el despertador suena por segunda vez, a Leo le molesta la introducción de "summertime" de los PASO. Ni modo, tendré que abandonar ese cálido lugar.

Así que me dirijo, con sueño aún, a la regadera. Tardo un rato en despertar, cuando por fin lo logro caigo en cuenta de que ya es demasiado tarde. Y aún hay que preparar el desayuno.

Total, que con unos 25 minutos de retraso, lo cual en esta ciudad es una eternidad, salgo de casa. ¡Mierda!, hay que caminar a la parada del autobús. Mi hermana me acompaña, por lo menos un tramo nuestro camino es el mismo.

Nunca me ha gustado usar suéter, los odio. Y las sudaderas son demasiado informales para la oficina. Pero ni modo, con este frío hay que usar algo. OK, traigo mi sudadera negra con rayas rastafarianas. El problema es que esa sudadera no es muy caliente y mi piel comienza a hacérmela de pedo.

Nos subimos al taxi, un vocho que hace mucho más ruido que los carros que usan los del fierro viejo y cuyos asientos tienen los resortes a flor de piel. El tráfico está de la re chingada y por más que el taxista se sabe muy bien las calles, invariablemente nos vemos encerrados por el maldito embotellamiento.

Todavía tengo sueño y los ojos medio cerrados. La conversación es buena y me hace despertar un poco.

Llegando al metro bajamos del taxi y subimos las escaleras entre la multitud egoísta que empuja, que pisa, que gruñe y refunfuña cuando alguien le "gana su lugar". Es una verdadera selva.

Al bajar las escaleras veo cómo el convoy del metro acaba de partir de la estación. ¿La hora? Ni para qué revisarla, ya sé que es tardísimo.

Por fin llega un nuevo convoy y las puertas se abren. Todos se aperran por los asientos porque, como ya les dije antes, parece que tienen premio.

De pronto comienza a sonar una guitarra. La síncopa del jazz me hace abrir las orejas y girar el cuello hacia el origen de las bellas notas musicales. El sax hace su entrada y de pronto todo el vagón está lleno de esa suave y alegre música. Mis oídos la disfrutan, la gozan. Es como un bonito buenos días. Comienza a sonar "bésame mucho" y en los rostros de los viajeros se dibujan sonrisas y miradas felices.

Ensamble Ruido de Barro se llaman, o al menos eso entendí cuando a falta de tarjeta me dictaron el nombre y el número telefónico para contactarlos. Se nota la alegría en sus interpretaciones. En sus miradas. Afortunadamente culminan su concierto matutino en la estación donde yo me bajo. Y me bajo feliz, habiendo olvidado el estrés previo y los corajes matinales.

Ah claro, me bajo del vagón no sin antes darles una cooperación voluntaria que no afecte a mi economía.

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