A veces ando de antojos. No siempre. En realidad casi nunca. El caso es que mis antojos suelen estar dentro de mis gustos. Se me antoja, por ejemplo, comer chocolate hasta el hartazgo (lo que nunca sucede, por cierto), desayunarme unos tacos de carnitas o almorzar una pizza.
Pero luego, a veces, se me antoja algo que no está dentro de mis gustos, es decir, me da un antojo pecaminoso. Consideremos pues que "pecado" es la transgresión voluntaria de un precepto tenido por bueno (Wikipedia).
¿Qué hacer entonces? ¿Sucumbir ante la tentación pecaminosa? ¿Transgredir mis preceptos tenidos por buenos? O, por el contrario, ¿debo mantenerme firme y preservar intactos mis gustos culinarios? ¿Debo ser fuerte y decirle un rotundo no a la tentación?
En estos casos, fiel al precepto del poeta Horacio (Carpe diem quam minimum credula postero), y mandando a la fregada cualquier tipo de autorrepresión, simplemente me dejo llevar por los mundanales placeres de este mundo.
Luego entonces, si ese antojo resultó ser sabroso, deja de ser antojo pecaminoso y se convierte en un gusto culposo. Es un gusto si eso que se me antojó satisface a mi paladar. Pero, dado que no se inscribe en los gustos "aceptados", me genera un ligero, muy ligero, sentimiento de culpa.
Aunque ese sentimiento de culpa es tan ligero, tan imperceptible que no me impide el disfrute.
Y ahora que lo pienso con detenimiento, resulta que este es un proceso bastante efectivo para lograr la ampliación de mi catálogo de gustos aceptados, ya que de a poco, los gustos culposos dejan de generarme ese sentimiento de culpa y se vuelven gustos positivos.
Y entonces busco nuevos antojos pecaminosos para lograr nuevos gustos culposos y luego...
Pero luego, a veces, se me antoja algo que no está dentro de mis gustos, es decir, me da un antojo pecaminoso. Consideremos pues que "pecado" es la transgresión voluntaria de un precepto tenido por bueno (Wikipedia).
¿Qué hacer entonces? ¿Sucumbir ante la tentación pecaminosa? ¿Transgredir mis preceptos tenidos por buenos? O, por el contrario, ¿debo mantenerme firme y preservar intactos mis gustos culinarios? ¿Debo ser fuerte y decirle un rotundo no a la tentación?
En estos casos, fiel al precepto del poeta Horacio (Carpe diem quam minimum credula postero), y mandando a la fregada cualquier tipo de autorrepresión, simplemente me dejo llevar por los mundanales placeres de este mundo.
Luego entonces, si ese antojo resultó ser sabroso, deja de ser antojo pecaminoso y se convierte en un gusto culposo. Es un gusto si eso que se me antojó satisface a mi paladar. Pero, dado que no se inscribe en los gustos "aceptados", me genera un ligero, muy ligero, sentimiento de culpa.
Aunque ese sentimiento de culpa es tan ligero, tan imperceptible que no me impide el disfrute.
Y ahora que lo pienso con detenimiento, resulta que este es un proceso bastante efectivo para lograr la ampliación de mi catálogo de gustos aceptados, ya que de a poco, los gustos culposos dejan de generarme ese sentimiento de culpa y se vuelven gustos positivos.
Y entonces busco nuevos antojos pecaminosos para lograr nuevos gustos culposos y luego...
Buena estrategia, pero, ¿será que terminará por gustarte todo lo habido y por haber?
ResponderBorrar¡Válgame! No había pensado en esa probabilidad... :S Aunque debo decir que, así como hay cosas que se convierten en gustos nuevos, también hay gustos que voy olvidando poco a poco... Rayos, soy raro.
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