Topologías: Estadio Azteca.

Mi vida está atravesada irremediable e invariablemente por la presencia del Estadio Azteca, ese monstruo de concreto erigido en los años sesentas del siglo pasado. Su cercanía al hogar familiar y su situación de paso hacia mi hogar actual lo han hecho ser una inamovible referencia de mi existencia y mi urbanidad.

Recuerdo que de morro nos adentrábamos en sus enormes áreas de estacionamiento para practicar en la bicicleta o en los patines. Recuerdo también que alguna que otra vez pasé por esos mismos espacios para volver de la primaria a mi casa. Sin embargo, y pese a la extrañez que pueda causar a muchos de mis parientes foráneos, nunca en mi vida en ingresado al Coloso de Santa Úrsula. En parte porque no soy fanático del fútbol, y porque los otros eventos (conciertos y así) que se han hecho en el lugar nunca me han llamado la atención.

De todos modos, siempre termino por enterarme de lo que sucede en su interior. Ya sea porque alguien me avisa para evitar las vialidades que lo circundan y no verme inmerso en el embotellamiento característico, o porque se me va el pedo y acabo justamente en medio del caos vial que provoca. A veces, incluso, desde la casa familiar se pueden oír los gritos de gol que de sus aficionados emanan.

En alguna ocasión publiqué un despedorre bien intenso en Facebook contra la existencia de dicho estadio en la zona urbana. Claro, era sarcasmo puesto que utilicé los mismos argumentos de quienes se quejan de las marchas de protesta social: "¿por qué no lo mandan a las afueras de la ciudad para evitar los congestionamientos?", y demás pendejadas por el estilo. Sí, ya sé, fue una babosada decir tal cosa porque, a final de cuentas, cuando se inauguró el estadio sí estaba fuera de la mancha urbana. Atascados que somos los citadinos con el espacio, la verdad.

El Azteca siempre me ha parecido un estadio pinchemente feo. Quizás es porque nunca he entrado, pero de verdad, su arquitectura, su estética, al menos de la cara que da al público que lo rodea, es una cara muy poco agraciada. Neta, para mí siempre ha sido como una mole de concreto, un hito nada agraciado que únicamente me sirve para saber que ya casi me debo bajar del camión.

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