Sólo la buena comida hace que me chupe los dedos

Audio:
Lectura en voz alta de Zachary Jones:

Tuve una novia del sur. No del sur del deefe, yo soy del sur del deefe y tener una novia de este sur no tendría nada de sorprendente. Era del sur de América. Nunca supe si era argentina o uruguaya ya que la única vez que me atreví a preguntárselo, ella me respondió "¿qué más da? Argentinos y uruguayos son la misma mierda". Eso es algo que aún no he comprobado... ni refutado. Pero bueno, el caso no es ofender a mis hermanos sudamericanos ni mucho menos. El caso es que hace un rato me acordé de ella.

Se llamaba Aurora y era mi compañera en una clase de guitarra clásica que tomábamos en la Casa de la Cultura de Tlalpan. Me encantaba oírla hablar, ese acento tan peculiar, tan cantadito. A veces le pedía que me contara cualquier cosa con tal de escucharla. Era entonces que me decía: "¿pero vos estás loco?". Y yo sólo sonreía.

Pero no me acordé de ella por su voz o por sus lindos ojos azules casi grises. Me acordé de ella porque me fui a comer un pambazo. Un pambazo, por si no los conocen, es un pan blanco, bolillo o telera, enchilado y frito por fuera, se le mete papa con chorizo, algo de crema, queso y salsa y listo. A chuparse los dedos. Y sí, cuando uno se come un pambazo se tiene que chupar los dedos o acabarse el paquete de servilletas. Porque al estar enchilado y frito por fuera el pan, la única forma de comerlo sin batirse los dedos es usando cubiertos. Y eso es mal visto. Este tipo de comida se toma directamente con las manos.

¿Que qué tiene esto qué ver con Aurora? Bueno, pues ella no conocía los pambazos cuando vino a México. En alguna ocasión fuimos a las fiestas patronales de San Agustín de las Cuevas y ahí le invité uno. Por lo regular no salíamos a comer: solíamos ir al cine, al teatro o a algún concierto, así que no conocía sus hábitos alimenticios. El caso es que yo pedí una gordita de chicharrón y luego un pambazo. Ella, al no conocer este tipo de alimento, no sabía qué pedir y yo la asesoraba. Pidió un sope sencillo, para empezar. Cuando vio mi pambazo se le antojó y pidió uno igual.

Recuerdo que en una conversación previa yo le había dicho que, para mí, si la comida no me hace chuparme los dedos, no es digna de recordarse, mencionarse y mucho menos repetirse. Ella me miró con ojos de inquisidora. Luego me dijo que no, que la comida es un arte, no es nada más tragar para seguir vivo, hay que disfrutarla y hacerlo con estilo, que no podía andar por la vida comiendo como salvaje, que los modales tienen que seguirse y bla, bla, bla. Yo concordé con ella en aquello de que la comida es un arte, pero diferí enormemente con eso de los modales. En fin, que nuestras diferencias las arreglamos con un abrazo, un beso y el reconocimiento de que en lo diverso también radica la belleza.

Pero volviendo a la feria de San Agustín, recuerdo que ella no podía imaginar cómo me comería aquella cosa rojiza rellena de papas. Con las manos, le dije, y procedí a comerme mi pambazo. Cada vez que lo dejaba reposando en el plato yo procedía a chuparme los dedos. "Sólo la buena comida hace que me chupe los dedos", dije sonriendo. Aurora me miraba sorprendidísima sin atreverse a tocar su pambazo. Yo ya llevaba la mitad del mío.

No sé qué habrá pasado por su cabeza en ese momento, pero tomó el pambazo con ambas manos, como yo lo hacía y comenzó a devorarlo. Cuando, después de morderlo lo dejó en el plato, vi, casi como si fuera en cámara lenta, cómo llevaba sus delgados dedos blancos hacia su boca y, en un movimiento tan natural como sensual, retiró los restos de pambazo con sus delicados labios. Mismos que, una vez terminada la operación de limpieza, acertaron a decirme, entre sonrisas y con una dulcísima voz, que "sólo la buena comida me hace chupar los dedos".

Comentarios